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El tiempo: Medida de la evolución de un sistema cíclico

El tiempo es una medida. Pero ¿de qué? Una forma sencilla de ver en qué consiste es definirlo como medida de la evolución de un sistema cíclico.

¿Cómo medimos el tiempo? Muy fácil: con relojes.

¿Qué son los relojes?  Artefactos que pasan por sucesivas posiciones o estados y que convencionalmente repiten su estado al cabo de una serie de posiciones.

Reloj

Reloj de pared

 

Miremos un reloj de pared: Tiene dos manillas. Una de ellas, la corta, da una vuelta completa cuando la larga da exáctamente 12 vueltas. Si el reloj de pared tiene segundero, la manilla larga da una vuelta completa cuando el segundero da exáctamente 60 vueltas. Todo esto está basado en que la manilla corta ha de dar dos vueltas completas en un día.

¿Y qué es un día? La medida del tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta sobre si misma. Como a veces tarda un poco más y a veces un poco menos, un día es convencionalmente lo que tarda la Tierra en dar una vuelta sobre si misma por término medio medido con un reloj muy preciso que no sufre adelantos ni atrasos. Un día tiene exáctamente 24 h * 60 minutos * 60 segundos, o sea 86400 segundos. El año, que es lo que tarda la Tierra en dar la vuelta alrededor del Sol y que suele ser la misma medida de tiempo, se establece en términos de número de días.

Todo lo que he dicho es evidente, pero si nos fijamos, todo lo que hemos hablado del tiempo se refiere a sistemas cíclicos, aparatos u objetos, grandes o pequeños,  que repiten sus estados tras una serie de posiciones, siendo el tiempo una medida de la posición exacta en que se encuentra el sistema. Los relojes digitales refieren su medida del tiempo a la que da un reloj mecánico. Los relojes ‘atómicos’ miden muy precisamente diferencias de tiempo fijadas por un reloj mecánico. Todos  los relojes, de una forma u otra, se refieren a lo mismo, pues miden la evolución de un sistema cíclico que pasa por sucesivas posiciones o estados y vuelve a empezar su ciclo tras cumplir una serie de estados.

A partir de aquí podemos elucubrar mucho o dejarlo tal cual. Según la definición que hagamos obtendremos consecuencias lógicas.

La que más me gusta a mi es que el tiempo es un bien renovable: en efecto, cada día vuelve a tener 24 horas para aprovecharlas en aquello que queramos y casi que no pasa nada si no lo hacemos o no se cumple hoy nuestras espectativas, porque mañana volverá a tener 24 horas.