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El plan. Los planes de futuro

Tenemos tendencia, los humanos, a elaborar planes. Pero es verdad manifiesta el viejo refrán que reza: «El hombre propone, pero Dios dispone». Algo nos dice que no es tan sencillo que los planes salgan como esperamos.

Analicemos qué pasa cuando hacemos un plan: se parte de un deseo, que puede ser conseguir un objetivo en nuestro propio beneficio o evitar que otros adversarios sean los que consigan el suyo. Cuando hacía la mili, nuestro capitán decía que el fundamento de nuestra acción era impedir que el ‘enemigo‘ lograra sus objetivos. Los objetivos del ‘enemigo’ eran nocivos para nuestros fines.

Intuitivamente sabemos que, en general, es difícil conseguir aquello que nos proponemos. Requiere un esfuerzo. Un objetivo es algo que hay que materializar, ya que si estuviera al alcance no sería un objetivo sino parte de la situación o de los recursos ya disponibles. Por eso lograr un resultado es costoso. El coste proviene de tener que superar la aleatoriedad, hacer que las cosas estén ordenadas según nuestro plan.

El entorno y las circunstancias, la situación, hay que imaginarlos como un campo en su estado natural o como un solar. Construir en el un resultado deseado según un plan, supone conocer en detalle la situación para poder establecer lo necesario a modo de cimientos y luego estructurar sobre ellos la solución. Todo eso es trabajo.

Abundan los textos de auto-ayuda en los que se manifiesta que «si quieres, puedes». También ha pasado a la cultura popular una consecuencia de la teoría del caos, el famoso ‘efecto mariposa‘, según el cual, el aleteo de una mariposa en el Amazonas puede provocar un tifón en Japón. Creo que es una mala interpretación del hecho que, en un sistema caótico, una mínima variación de las condiciones iniciales produce unos resultados completamente distintos tras una serie de ciclos o interacciones. No se suele considerar que eso mismo significa que hay que estar trabajando continuamente para modificar mediante pequeños ajustes los procesos para lograr que nos conduzcan a nuestro resultado esperado, lo mismo que se hace para conducir por una carretera, que hay que tocar continuamente el volante y el acelerador con pequeñas pero necesarias correcciones evitando desvíos de la ruta, a fin de no salirse de la carretera que nos lleva a nuestro destino.

Después, aunque no menos importante, está el objetivo elegido. Para conseguirlo se suele elaborar un plan de acción. Muchas veces los objetivos son fruto de la ideología y por tanto o son en realidad de otros o no se corresponden con la realidad del momento. Porque la realidad cambia continuamente. El problema de planificar es que si el plan es muy detallado no deja pie para la improvisación y para la adaptación a la realidad cambiante y si en cambio es poco específico se trata más bien de prescripciones generales del tipo «para cruzar la calle hay que mirar antes a derecha e izquierda por precaución», con lo que no es útil para conseguir el fin propuesto. Por otro lado, demasiadas precauciones también abortan cualquier posible acción, porque intimidan. Sin asumir algún riesgo no es probable alcanzar objetivos ambiciosos.

Lo que sirve para cualquier plan, con mayor motivo sirve para el plan de vida. El enlace indicado está enfocado a optimizar la inversión, pero encontrarás diversas páginas con enfoques distintos. Los planes intentran visualizar el futuro con una imagen relativamente nítida, en la que nos proyectamos en un lugar y en un tiempo deseado, como metafóricamente nos muestra esta sombra en un cuadro:

Visto en perspectiva tras el paso del tiempo, puede que hayamos alcanzado los objetivos planteados, pero aún así, la historia será más bien como muestra esta otra imagen, en donde en lugar de un escenario hay una pléyade de escenarios, consistentes en lugares y tiempos, y cada uno aporta recuerdos, experiencias, pequeños logros, que sumados reconstruyen el cuadro que soñábamos, pero de otra manera:

Cada lugar e instante traen una vivencia y aunque su suma se acerque al resultado soñado, habrá muchas otras cuestiones que se habrán introducido en el relato, que configurarán lo que se obtenga, aunque si lo miramos globalmente sea aún identificable o parecido con lo deseado. Entonces el plan de vida será más bien el marco que indique si hay un desvío importante de lo que se esperaba y permita corregir el rumbo.

En general nadie puede elegir al detalle lo que será su actividad profesional. Es todo cuestión de suerte. Junto con una estrategia básica que es consustancial a cada uno. Como ocurre con el ajedrez, aquí es imposible conocer cuales serán las próximas jugadas del oponente, que es el destino. Por tanto, en lugar de tener previstas nuestras siguientes acciones, es preferible seguir unos criterios propios. Marcar unos límites que no puedan cruzar los que intenten desviarnos de nuestros fines. Y ser capaces de sacar siempre un plan B en tiempo, a fin de sortear los desafíos que se presenten y no permitan seguir en la linea esperada.

Con todo ello, visto en perspectiva, al final, desde el nicho, no tiene mucho sentido culparse a uno mismo de lo que no haya podido conseguir en la vida (¿con qué criterios?, pregunto). Si en cada momento se actua de la forma más acorde a los propios principios, no cabe el reproche o la culpa. Si uno ha hecho lo que podía hacer, está bien. Debe terminar e irse en paz.

A estas alturas a mis lectores habituales no se les escapa que este es el tercer capítulo de DENCE (‘Desde El Nicho’ – Crónicas Eternas).

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