La pérdida de la inocencia
Publicado en http://www.castelloninformacion.com el 18 de agosto de 2014
Nos cuenta la Biblia que la pérdida del paraíso se produjo cuando Eva, tentada por la serpiente, que representa la astucia, comió, y dio de comer a su esposo Adán el fruto del árbol “de la ciencia del bien y del mal”, o sea de la moral.
Esta alegoría bastante poética describe el momento trascendental de la humanidad en que nos distinguimos radicalmente del mundo animal al poseer “la ciencia del bien y del mal”. En Génesis hay varios niveles de lectura que derivan en interpretaciones diversas.
En efecto: algunos han creído ver en el texto que el paraíso se perdió por un ‘pecado’ sexual, simbolizado por la imagen de compartir ‘la manzana’. No hay en la escena nada de sexo ni ningún manzano. El ‘conocer que estaban desnudos’ que se describe luego en el pasaje, supone simplemente iniciar normas morales de convivencia.
Es evidente que los ‘pecados’ de los padres los pagan también los hijos, pero yo no creo en la ‘culpa’ innata de los hijos, sino más bien en las ‘consecuencias’. El ‘pecado’ de los padres se perpetúa, precisamente, con la inclusión de la moral entre sus enseñanzas. “Esto es bueno, esto es malo”, que se aprende desde la infancia. Algo bastante inocente y poco culpable, pero que transmite y graba a fuego el sentimiento de culpa.
Los animales sufren, pero no parecen tener conciencia del futuro ni la certeza de que van a morir y tampoco se preocupan por si lo que hacen es ‘bueno’ o ‘malo’. La cuestión moral viene modelada por nuestras costumbres. Dado que los humanos individualmente, y también como grupo, somos sistemas en equilibrio con el ambiente, nuestras acciones son una continua auto-defensa. Para mi persona, algo es ‘bueno’ si me beneficia y ‘malo’ si me perjudica. Análogamente para el grupo algo es ‘bueno’ si beneficia al grupo y ‘malo’ si perjudica al grupo. Es el conocimiento, incluido el ‘saber’, por la experiencia ajena, que vamos a morir, lo que nos abre al ‘progreso’ pero al mismo tiempo nos quita la inocencia y el paraíso.
Las ciudades se crearon como asentamientos de agricultores, para cuidar sus cosechas. También ‘sabemos’ que el primer asesino, Caín, era labrador, o sea ciudadano, y mató por celos a su hermano, Abel, que era ganadero. Y es que la ciudad, donde se establece la moral mediante las interacciones entre humanos, es desde el principio el foco principal de toda ‘maldad’ y de todo ‘crimen’.
¿Qué es bueno?: amar, vivir la vida plácidamente, recoger el fruto de mi trabajo, tener una familia sana y verla crecer.
¿Qué es malo?: enfermar, la guerra, soportar cargas que no siempre sirven para mejorar mi vida (impuestos si se usan para fines inapropiados), que me estafen aprovechándose del poder o de las leyes (como cuando la corrupción se institucionaliza afectando a prohombres y honorables).
Lo ‘malo’, nuestra segunda salida del paraíso, la pérdida de la inocencia, ‘versión 2.0’, ocurre mayormente en la ciudad.