Zombies
Publicado en http://www.castelloninformacion.com el 9 de septiembre de 2013
Un zombi es, según se puede leer en Wikipedia: “un muerto resucitado por medios mágicos por un hechicero para convertirlo en su esclavo”. Esos muertos resucitados parece que obedecen a voces de un hechicero, que sólo les hacen efecto a ellos. Andan poseídos por un poder que les mueve sin que ellos tengan ya voluntad propia, porque han perdido uno de los dos componentes de su ‘alma’, que tenemos todos según la religión vudú.
¿Qué clase de hechicero hace que estemos casi todos, y yo confieso ser uno de ellos, conectados misteriosamente a un aparato, hablo del móvil, del que no nos desprendemos en todo el día y que nos mantiene abstraídos del mundo real? ¿Qué voces escuchamos que nos ponen casi al margen de lo que sucede alrededor, para fijarnos en lo que nos dice el móvil que sucede más allá? ¿A qué se debe esa adicción tan fuerte, que ya no podemos salir de casa sin el móvil? Y cuando suena una alarma o un aviso o una llamada, actuamos como un autómata que recibiera una orden superior, que nos motiva a responder o a inspeccionar qué tripa se la habrá roto al artefacto. Mecánicamente. Casi sin voluntad. Como lo haría un zombi.
Es curioso ver en un vagón de cercanías por las mañanas, cuando uno va al trabajo que la mitad de la gente, a veces todos los que están en el departamento donde uno se sienta, están consultando su teléfono ‘inteligente’, escribiendo en el Twitter, o subiendo una foto al Facebook, que se tomó con la propia cámara de ‘x megapixels’ del aparato, o enviando un Whatsapp, jugando con alguna aplicación, leyendo las noticias, consultando el tiempo, escuchando música o viendo Youtube. Lo mismo sucede en el autobús. Lo he observado mientras estamos en el médico esperando a que nos atiendan, a pesar de las indicaciones de “apague su móvil”. Lo mismo pasa en la calle: a todas horas, en la acera o en el paso de peatones, se cruza uno con gente que está examinando su móvil. Si nos encontramos en un apuro porque no sabemos como llegar a un sitio, ponemos en marcha la aplicación de navegador y el chisme nos guía allí, con una voz un poco cansina, pero que nunca se enfada si no le hacemos caso. Y en casa, el móvil va desplazando también progresivamente a la “caja tonta”. Será uno de los pocos ámbitos donde me gusta pensar que algo ‘inteligente’ va superando a algo ‘tonto’, para que me sirva de consuelo.
Yo creo que nadie podía imaginar hace unos años el auge que este dispositivo llegaría a alcanzar y la influencia que tiene en la gente. Si recordamos los dibujos animados del ‘Inspector Gadget’, en que su sobrina Sofie consultaba su libro-ordenador y tenía un teléfono en su reloj, antes de que se inventara el bluetooth, vemos que se quedó corto el guionista. Ahora no hace falta ser Sofie para tener una tablet con muchas más aplicaciones que gadgets tenía su tío y todos podemos hablar con el ‘manos libres’.
Mi pregunta es ¿a dónde nos lleva? El móvil ha supuesto muchas ventajas facilitando la comunicación. Pero ha producido una dependencia muy seria, que hemos adquirido, pero que quien la ignora y no cae en ella se queda en cierto modo relegado. Algo parecido a lo que ocurría antiguamente con los analfabetos. Por eso se habla de “analfabetismo tecnológico” para definir esa situación opuesta, en la que se rechaza entrar en la vía de perpetua y continua conexión. La privacidad tal como la conocíamos antes se ha terminado. Ahora se habla, a veces a gritos, entre la gente, cuando antes se buscaba la cabina para estar aislado en una conversación privada. Los buscadores saben donde nos encontramos y nos ofrecen información personalizada. Los gobiernos aprovechan que estamos conectados para saber más de nosotros. La tecnología sigue su marcha inexorable y cada día ofrecerá aparatos más atractivos y por tanto más adictivos. No se cual es la ‘calle del medio’, pero al menos habría que hacer alguna reflexión de donde nos estamos metiendo.