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Teleférico: volar bajito al Oeste de Madrid

El Teleférico sobrevuela el Oeste de Madrid en busca del centro de la Casa de Campo, la dehesa, que es uno de los múltiples pulmones vegetales que posee la capital de España.

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Publicado en http://www.descubrecastellon.com/teleferico-oeste-madrid/ el 13 de enero de 2016 (Con distinta selección de imágenes)

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Como parte de mi herencia infantil poseo una cierta aversión a las alturas. Muy relativa, eso sí, porque siempre pido ventanilla cuando voy en avión, aunque luego, en las medias distancias, no me gusta la sensación de estar separado del suelo.

Por eso mismo me decidí a subir al teleférico de Madrid, sin miedo a hacer el ridículo, pues en la cabina no venía la prensa rosa ni la CNN para difundir mi cara de susto a los cuatro vientos en caso de que fuera ese el caso.

El Teleférico sobrevuela el Oeste de Madrid en busca del centro de la Casa de Campo, la dehesa que es uno de los múltiples pulmones vegetales que posee la capital de España, una de las ciudades con más zonas verdes de Europa. Ya desde la salida el espacio ajardinado medio silvestre, con una exuberante vegetación, sirve de aviso de lo que viene luego.

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Las instalaciones son amplias y al mismo tiempo concurridas, aunque transmiten un cierto encanto de volver a otra época. El viaje es ‘low cost’ y al alcance de cualquiera. Unos empujones en la cabina por parte del personal experto y de repente la sensación del despegue, de que ya no hay vuelta atrás.

Se suceden primero escenas de sobre volar edificios, las vías del tren y el domesticado río de Madrid, para sumergirse enseguida en la Casa de Campo, por encima de los árboles, con el horizonte de la ciudad y sus alrededores de fondo, que de pronto se convierte en un escenario irreal. El billete puede comprarse para solo ‘ida’, pero ¿quién en Madrid, con lo adictivo que es el asfalto, se atreve a volver por medio del parque, sin apenas rastro bajo sus pies de la civilización que deja atrás?

Al llegar al destino y tras la maniobra de ‘aterrizaje’ estamos en unas instalaciones soleadas, donde habitan los pájaros, donde se pueden dejar jugando los niños en su espacio, ideal para tomar un aperitivo o quedarse a comer, con la seguridad de que no habrá overbooking en el vuelo de vuelta. Una sensación de paz, sin prisa, donde el estímulo más importante es el verde de abajo, el azul de arriba y el sol dominándolo todo (Sustituye el azul por el gris en días de lluvia).

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Una vuelta que es la segunda oportunidad, que ya se percibe como más tranquila y se pueden apreciar los matices del paisaje, de los mecanismos que nos llevan, calculando que la probabilidad de que aquello se desplome es muy baja, más o menos como la de que caiga el meteorito de la gran extinción.

Así las cosas, poco a poco llega el fin del trayecto y uno lamenta no haber gozado de este placer de volar bajito más veces. Al fin y al cabo es lo que nos insinúan los pájaros que nos encontramos en la terminal del destino: “vuela, vuela, aunque sea un poquito, despréndete del apego cotidiano a tus pequeñas cosas terrestres”.

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