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Necesitamos construir catedrales

Desde la prehistoria se han ido dejando huellas de la actividad humana en forma de majestuosas construcciones, surgiendo en la Europa medieval las catedrales como las figuras más representativas que nos han llegado ‘enteras’ hasta hoy. Se trata de grandes iniciativas que desafían el sentido común, tardan muchos años en fraguar y que unen de esta forma a varias generaciones en el proyecto.

Si lo miramos bien, una catedral, sobre todo las góticas, son construcciones admirables que resisten el paso del tiempo, a pesar de sus atrevidas formas, con contrafuertes y arcos increíbles, de alturas muy superiores a la métrica humana, que queda empequeñecida a su lado. Pocas iniciativas humanas y proyectos han dejado tantas y tan variadas huellas en nuestras ciudades. En Burgos, cabeza de Castilla, predomina el trabajo de la piedra, con una colección de esculturas de las que la mayoría ni siquiera se ven desde el suelo. Me dijeron que «los artistas no trabajaban para el hombre, sino a modo de ofrenda, para deleite de Dios».

En León, cuna del parlamentarismo europeo, lo que admira de su catedral es la luz. En lugar de la piedra, que solo marca el espacio, los colores de las vidrieras visten su interior de bellos reflejos y matices. Burgos y León disfrutan por igual de un estilo único, de influencia de las catedrales de la Isla de Francia, pero cada una de ellas tiene su propia personalidad, como debe ser. Las piezas maestras no tienen duplicados. Pero lo que es admirable es la floración de arte gótico que surge en toda Europa, casi a la vez, de estas obras maestras de la arquitectura.

Hay otras bellas catedrales en la mitad norte de nuestra Península Ibérica, que van adaptando sus estructuras al gusto de los tiempos, y casándose con el paisaje, rivalizando en belleza y originalidad, como esta muestra de más ‘arriba’ del Tajo. Lo que nos importa aquí, sin embargo, es que el modelo multi-generacional de implicación en el proyecto que supone una catedral, es un ejemplo de cómo una idea, un proyecto, una empresa, puede perdurar en el tiempo. Las catedrales, a pesar de su aparente fragilidad, son muestras de pervivencia y continuidad.

Se observa también al sur del Tajo y en las Baleares una evolución de estilo del gótico hacia otras corrientes artísticas posteriores y una adaptación a la geografía, clima y riqueza de sus territorios anfitriones, en sus detalles y en las dimensiones de los edificios. No solo hay que pensar en la coincidencia de la fe religiosa en la construcción de una catedral, sino en un modelo que hace que una comunidad se implique y colabore, unida.


También otras culturas construyeron sus equivalentes de las ‘catedrales’. A veces eran obras públicas con un fin práctico. Sin embargo lo que más ha perdurado y más destaca, son los edificios sagrados, que estaban dedicados a un Dios, bien sea un ser supremo o bien sea otro ser humano ‘divinizado’ por sus congéneres:

Todo ello tiene un común denominador: edificios singulares, con un fuerte significado, del que el ‘pueblo’ se siente orgulloso y presume frente a cualquier visitante de otra comunidad o grupo humano.

La utilidad puramente práctica de todo lo que hemos visto hoy es muy discutible. Me parece demasiado presuntuoso construir un edificio como una catedral con la única finalidad de servir de lugar de reunión de los fieles de una religión, que podrían reunirse ‘en cualquier otro sitio’, no tan lujoso, o de una pirámide solo como un monumento funerario. De alguna forma sus significados trascienden lo que serían explicaciones racionales o lógicas y, sin embargo, apasionan a sus ‘herederos’. Hay mucho de «ahí queda eso, mejóralo si puedes». Creo más en el hecho, por otro lado evidente, del efecto agregador que tiene en la gente en torno a un ideal o a una religión.

Por eso, de la misma forma que para superar momentos de depresión las personas tienen que tener planes de futuro, hay momentos en la sociedad en que NECESITAMOS CONSTRUIR CATEDRALES. Grandes metas comunes logradas con las gestas personales de la gente. No mediante la división, sino planteando objetivos que funcionan como un pegamento para unir voluntariamente a todos. Ciudadanos creando conjuntamente un bien público de gran valor para el grupo que no tiene solo un sentido lógico o necesidad aparente, sino también el sentido simbólico de catalizar en torno suyo una sociedad orgullosa de superar a otras en un esfuerzo común y empeño de muchos años, incluso siglos.

El ‘gran’ liderazgo consiste en ser capaces de decir «vamos a construir una catedral» (puede ser una metáfora de un gran proyecto en una empresa o sociedad) y conseguir que todos los demás, y si es preciso sus hijos y sus nietos y sus tataranietos (o sea, gentes de las siguientes generaciones), secunden voluntariamente la iniciativa como propia y se sientan integrados en el proyecto.

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