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Eternidad de los campos cuánticos

De acuerdo con la Física moderna, la realidad (es decir, la materia en todos sus matices y el vacío en toda su extensión) no es más que una suma sin fin de campos cuánticos superpuestos y entrelazados, eternamente vibrantes, que se manifiestan como fuerzas e interacciones entre partes y partículas.

Desde este nicho todo eso está asumido. Todo está muy bien. Sobre todo, la circunstancia de su permanencia y eternidad.

Las cosas ya no parecen como ‘antes’. Ahora, pase lo que pase, ya nada ‘volverá a ser’. Lo que fue, así se queda. Eternamente.

Antes yo un día me subía a un tren y me iba al trabajo. Hacía planes y sopesaba opciones. Tenía interés en expresar mi opinión o mi consejo y que se me tuviera en cuenta. Se me daban bien algunas cosas. Disfrutaba con ello. ‘Antes’ todo podía cambiar: la suerte, el asunto que me ocupaba, el sentido del pasado (si, del pasado) y la historia hasta hoy podían apuntar en su evolución a distintos futuros. Ya se sabe, por dos puntos pasa una sola línea recta, lo que parece ser una flecha.

‘Ahora’ eso no sucede ni va a suceder. Por eso todos esos campos cuánticos que eran ‘yo’, ahora son ‘eternos’ y puede que se hayan sumado en solo ‘uno’.

Aquí encerrado en el nicho, hubo un tiempo en que aun se producían cambios. La muerte no es el final.

Con la muerte sigue la progresiva tarea de descomponer lo que tanto tardó en formarse y construirse. Pero una vez que ya no va quedando casi nada que seguir destrozándose, conforme todas las fermentaciones y oxidaciones se van consumando, llega un momento en que el proceso casi se detiene.

Fuera todo sigue su ritmo a veces febril, como si de verdad hubiera prisa o todo importara algo. Desde ese punto de vista y por comparación, ese ritmo va pareciendo cada vez más frenético y la sensación de ‘lo que está pasando fuera’, se acelera hasta que ‘un segundo’ aquí dentro equivale a que ‘fuera’ ha pasado un año (¿o será al revés?) A ojos de la ‘eternidad’ todo sucede a un ritmo loco, como si pasado, presente y futuro sean simultáneos.

Otra cosa notoria es la oscuridad. La falta de luz induce al sueño. Si la falta de luz es permanente, es el sueño eterno. Casi más sinsentido que el ritmo febril es ese sueño inducido sin necesidad de un descanso (que es para lo que aprovecha el sueño).

Oscuridad

En vida se reconstruye continuamente lo que se va rompiendo y estropeando. La muerte rompe el ‘contrato de mantenimiento’. Solo termina un proceso, pero el otro sigue su curso hasta el final. La muerte es un ‘incumplimiento flagrante de contrato’. Lástima de tanto mecanismo vivo. El cuerpo así ahora no sirve ya de mucho.

El caso es que, con tanto tiempo por delante, si aun tuviera cerebro funcional con que pensar, podría tal vez averiguar de una vez algo útil de los campos cuánticos que lo cubren todo. No digo que sirviera de mucho, pero, ya puestos, al menos sería un consuelo no ‘perder todo este tiempo’.

Podría llegar a demostrar, por ejemplo, que en efecto todos esos campos se suman y forman de verdad solo uno, con distintas apariencias de materias y fuerzas distintas, pero en esencia el mismo. Verdaderamente da más vértigo que el propio efecto de la eternidad, ya que entonces, ¿qué razón tendría distinguir ‘nosotros’ de ‘ellos’ o ‘yo’ de ‘otro’?, incluso ¿qué sentido emplear distintos conceptos para ‘cuerpo’ y ‘mente’ (por no decir ‘alma’)?

Descubrir, empleando bien el tiempo, la unidad de todos los seres en una sola naturaleza eterna, hechos de la misma sustancia; la vida y la muerte una sola y única cadena de sucesos sin fin y el tiempo eterno; un hermoso y enorme bien tupido tapiz de todo lo sucedido, existente y por suceder; desplegado a la vez lo real, lo imaginario, lo probable, lo raro; sin término ni propósito, por tanto, sin ‘culpa’.

Tener que esperar a estar aquí, repantigado en el nicho, para poder llegar a este punto, podría parecer una ironía sarcástica, si no fuera porque la eternidad compensa, al menos en este comienzo, por todo el tiempo perdido en idioteces, yendo frenéticamente de arriba abajo, del trabajo a casa y viceversa, en un castigo como el de Sísifo (sobre el que volveremos antes de que se acabe el tiempo o la misma eternidad).

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