El caos social: motivo de calma o de preocupación?
Nuestra sociedad moderna tiene un comportamiento caótico: Se trata de un sistema dinámico y con variables medibles acotadas en el que un pequeño cambio en una parte puede producir un gran resultado en el conjunto (el famoso efecto mariposa). Frente a esta clase de sociedad, hay naciones con un comportamiento más predecible y simple en apariencia. Pero, ¿es el caos imperante en nuestra sociedad un motivo de calma o de preocupación?
Está claro que nuestra sociedad moderna occidental es una sociedad muy compleja. Conviven en ella gentes de multitud de orígenes y creencias. Hay muchos modelos de relación laboral. Existen muchas concepciones de familia. Hay una gran comunicación con gente de otras naciones por trabajo, por turismo, por emigración. Tenemos redes sociales que nos conectan instantáneamente con personas de todas partes y dentro de las redes sociales hay innumerables grupos o tribus con una variedad creciente exponencialmente. Como en un experimento caótico.
Esta sociedad democrática multicolor, tolerante y garantista, en todos los sentidos, es capaz por un lado de proporcionar derechos incluso a criminales y por otro de reaccionar de forma notable, por ejemplo con protestas y manifestaciones de todo tipo, frente a hechos insignificantes para el conjunto, pero que se transmiten como un reguero de pólvora. Internet es un formidable vehículo para estos movimientos, alentados de forma coordinada por algún grupo de presión o surgidos espontáneamente. Curiosamente aparecen a la vez opiniones completamente opuestas frente a cualquier hecho sucedido, como reacción. De forma que hay una multitud de posturas diversas, muy alejadas de la unanimidad. Esta diversidad, paradógicamente, proporciona estabilidad y dificulta adoptar posturas excluyentes y belicosas, puesto que es difícil conseguir la unanimidad que requiere la acción bélica. Por poner un ejemplo, es más improbable que en Europa haya una nueva Segunda Guerra Mundial entre naciones en las que ahora ya no hay un sentimiento patriótico excluyente, o sea fuertemente nacionalista, frente a las gentes de otra nación. Los habitantes de cualquier país europeo no piensan de forma uniforme y no parece que estén dispuestos a seguir a un líder hasta la muerte. El modo de vida occidental se comporta como un atractor extraño acotado y extremadamente variable e impredecible a la vez.
Sin embargo, por motivos históricos, políticos y culturales, en el mundo hay sociedades más tiránicas y más uniformes, en las que no se ha producido la mezcla que se ha venido observando en Occidente o en las que se ha alentado la diferenciación. Sociedades generalmente dirigidas por autoridades religiosas o políticas en las que la libertad de expresión o de asociación se restringe. Algo semejante a lo que podía ser nuestra sociedad en épocas anteriores. Estas sociedades monocolor, con una sola forma de creencia religiosa y de familia, con relaciones sociales simplificadas, tienen una población más susceptible de manipulación. En ellas es fácil agitar el lema de la diferencia, y superioridad, aunque sea sólo imaginaria, respecto de otros pueblos. Lo que las hace más predecibles y al mismo tiempo más peligrosas para la paz. También el nacionalismo de segunda generación intenta homogeneizar la sociedad, impidiendo la diversidad y es una seria amenaza para la convivencia de las regiones de una misma nación.
Hay ejemplos históricos, como la caída del Imperio Romano de Occidente, en los que vemos cómo una sociedad más compleja, muy interrelacionada, internamente más pacificada, sucumbió y fue sustituida por la acción de unas sociedades formadas por las tribus bárbaras, menos sofisticadas, sin nada que perder, mucho más distinguibles, que posteriormente dieron origen a las actuales diferentes nacionalidades. O cómo la ascensión del nazismo en Alemania, en que se propugnaba desde el poder la eliminación física del diferente y del opositor, estuvo a punto de acabar con nuestra forma de vida, si no hubiera estado USA al rescate.
Nuestra sociedad occidental ha desmantelado gran parte de sus mecanismos de defensa contra distintas formas de pensar, en un afán universalizante. Es por este motivo que la aparición de amenazas externas o internas, para las que no tiene defensas o anticuerpos, incluidos los brotes nacionalistas, podrían destrozar nuestra convivencia y acabar con lo que ha ido gestándose espontánea y caóticamente en los últimos siglos.
En resumen: nuestra sociedad caótica es más estable y pacífica, pero estaría más expuesta frente a acciones coordinadas y uniformes de sociedades o grupos con ideologías excluyentes, nacionalistas y fundamentalistas, porque corre el peligro de ser tolerante incluso con lo que puede destruirla.
Lo es (tolerante). Somos tolerantes hasta la náusea. Con el terrorismo, con los pederastas, con las drogas, los nacionalistas, el comunismo, los políticos corruptos, con los sistemas educativos que burrifican a nuestros hijos, etc. etc. etc… Somos hedonistas y relativistas. Y eso será nuestra tumba como civilización… Porque además no nos reproducimos por puro egoísmo…
Me haces pensar…
Saludos.
Gracias George.
Acabo de leer un artículo en El Mundo, muy interesante, que complementa los puntos de vista de ambos: «Sobre democracias fallidas (y dictaduras que funcionan)» de David Jimenez, del que pongo el enlace: http://www.elmundo.es/elmundo/2012/11/10/internacional/1352541067.html