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IoT+AI, la función va a empezar.

En un primer momento fueron los líderes de la tribu o de la secta, luego los medios de comunicación al servicio de la política, al final, ya cerca del ‘horizonte de sucesos‘ eran los ciudadanos los que decidían, pero el Internet de las Cosas (IoT = Internet of Things) y la Inteligencia Artificial (AI = Artificial Intelligence) han pasado el poder a los artefactos.

Y es que vamos de cabeza a una región del espacio y del tiempo en que añoraremos, como cuando éramos niños, poder caernos de la bicicleta y llegar a casa manchados de tierra, con las rodillas erosionadas y sangrando, o coger ese resfriado con mocos que solo se cura con sopa de pollo y manzanas asadas de la abuela, en vez del mundo este en que hasta para salir a jugar hay que llevar casco y rodilleras y estamos supervitaminados y al mismo tiempo superalérgicos al polen, a la lactosa y al gluten. Ya hemos pasado el ‘horizonte de sucesos’, esa barrera, como la definida en la física cuántica, desde la que no hay retorno y solo queda la huída hacia delante… O también podemos limitar los permisos a los nuevos apoderados: los artefactos conectados.

Ficción. Eso es lo que sigue ahora. (Las fotos de las máquinas que se exhiben solo sirven para ilustrar sin presuponer que son ellas concretamente las actrices de este drama. Las que serán protagonistas de verdad existen como prototipos, pero aún no se comercializan…o si).

Una serie de actualizaciones de firmware como consecuencia del devastador ataque informático que dejó sin servicio los hospitales y el transporte por carretera de un centenar de países, mejoraron los sistemas operativos del frigorífico, la lavadora y del coche, que hasta entonces se habían comportado sin ninguna queja o incidente.

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Hasta entonces la nevera se había mostrado muy tranquila, asegurando los suministros de alimentos frescos y congelados. Se trataba de un frigorífico ‘protector’ y entrañable, que corría atento a satisfacer las necesidades de cualquier miembro de la familia. Conocía sus gustos, y por ello se apresuraba a hacer los pedidos on-line al super, para que jamás faltase nada de lo que sus dueños buscaban en sus tripas.

La lavadora, una orgullosa ‘8 Kg’, capaz de lavar incansablemente una tras otra, todas las coladas que le encargaban, con especial cuidado y mimo para dar el trato diferenciado a la ropa delicada y de color y a la blanca de algodón o a la sintética, dados los sensores con que estaba dotada. Conseguía al mismo tiempo un ahorro sustancial del agua y de la electricidad, que habían subido de precio últimamente para tapar los déficits estructurales del sector público empresarial.

El coche, una dócil y amable berlina familiar, llevaba a sus ocupantes con seguridad y confort a todas partes, obedeciendo a cada pequeña indicación del conductor, sobreponiendo las órdenes recibidas a su natural forma de hacer las cosas, programada por expertos. No en vano el objetivo de la compañía automovilística siempre es conseguir la máxima satisfacción del cliente en todos sus desplazamientos, fueran de trabajo o por placer y dejar claro que el conductor tiene la última palabra por más automatismos incorporados en el vehículo que hubiera.

Pero tras la actualización del firmware «Actualización de seguridad«, decía el mensaje, «Esto puede llevar unos minutos, debe reiniciar el equipo al finalizar, para que tengan efecto«, algo raro pasó.

Las ‘cookies’ de las páginas visitadas la víspera por sus dueños, y el paseo por la realidad aumentada de unas gafas conectadas, fueron conocidas y tenidas en cuenta por los aparatos, cada vez más inteligentes, conectados en el ‘grupo familiar‘.

El interés de sus dueños por unos nuevos yogures ricos en vitaminas, sin gluten ni lactosa que vieron en la smart TV, hizo que la nevera, al enterarse, y en un alarde de amabilidad hacia ellos, hiciera un pedido de ¡1.000 unidades!, que hubo que almacenar en la terraza, el lugar más fresco de la casa durante semanas y regalar cuantos se pudo a familiares, amigos y vecinos (a sugerencia del propio frigorífico, dadas sus saludables cualidades), ya que el pedido era sin reembolso.

La lavadora, que se enteró por las noticias visitadas en el smartphone de que había talleres irregulares de confección en los que esclavizan a niños, se puso reivindicativa y en muestra de su enfado y como acción de protesta, llenó el tambor de detergente y la espuma empezó a salir a borbotones por todas partes hasta cubrir la cocina, que no había quien entrase, de forma que hubo que pedir ayuda a los vecinos y toda la finca se enteró de la ‘protesta’.

El coche por su parte, atento mediante el receptor de órdenes por voz, a la conversación de sus dueños sobre unas discusiones laborales, ese día en lugar de aparcar en el lugar establecido en la empresa, no paró hasta ocupar la plaza del Presidente del Consejo de Administración, que aún estaba libre porque él solía llegar mucho más tarde, consiguiendo como efecto colateral la bronca del personal de seguridad a su dueño, por saltarse las normas de la compañía. Pero el coche creyó que estaba defendiendo los intereses de sus dueños, pues la inteligencia artificial aún no le alcanzaba, no había llegado a ese capítulo, para entender que habría represalias.

Lo que hubiera podido ser peor, si los aparatos hubieran sido ‘mala gente’ y en lugar de ‘buenas intenciones’ hubieran actuado con determinada saña irresponsable (1), en este cuento se quedó en simples acciones testimoniales. Pero sirven para reflexionar sobre si no es mejor que los aparatos no gobiernen tanto nuestras vidas y nuestra forma de actuar. Hay que tener siempre al ‘botón de paro’ a mano y no darle tanto poder de decisión a las máquinas. Están a nuestro servicio. Se llegará a incluir también, como parte de nuestra educación en la familia y en la escuela, la forma de proceder ante la ‘conducta’ no deseada de nuestras cosas, de las que no dejamos de ser responsables, por muy inteligentes que sean.

(1) Saña irresponsable sería, por ejemplo, que esas máquinas domésticas conectadas a nuestros datos y dotadas de inteligencia se pusieran de acuerdo para provocar un ‘accidente’ o sea un ‘atentado’, de forma ‘voluntaria’ y ‘premeditada’ para un mal fin, como consecuencia de la información que hubieran analizado, en lugar de comportarse aisladamente y de forma tan ‘naif’ o ‘ infantil’, después de que un delincuente hubiera modificado sus ‘directrices’ de correcto ‘comportamiento’. Otra posibilidad más remota, sería debida a que los programas que las gobiernan están escritos por personas, que podrían estar insatisfechas o rabiosas por sus propios problemas y conflictos. Esta conflictividad quizá se pudiera transmitir (voluntaria o inadvertidamente) a la programación en forma de código y de normas de conducta defectuosos. Si unimos a ello la capacidad de ‘aprendizaje’ que aporta la inteligencia artificial, el panorama puede ser desolador…

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