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Alcalá de Henares, «y de los Árboles»

¿Quién da nombres a las ciudades? A veces un gran estadista, como Alejandro y sus múltiples «Alejandrías», el Cid y su «Valencia del Cid» o Constantino y su «Constantinopla». A veces les da nombre un rio, como Aranda «de Duero», Miranda «de Ebro» o Alcalá «de Henares». Pues bien, ésta última tiene todos los atributos para poderse llamar también «y de los Árboles», tal es el número de sus entes arbóreos.

Alcalá de Henares (unos 200.000 habitantes, a 30 Km de Madrid) ‘me conquistó’ por tres de los sonidos, de su centro histórico, Patrimonio de la Humanidad:

  • Las campanas de sus iglesias.
  • Los cantos de sus pájaros.
  • Las risas (y llantos) de sus niños.

Estos fueron sonidos que pude escuchar y sentír, por contraste, distintos a los de Madrid y otras localidades cercanas a mi lugar de trabajo, demasiado sumergidas en los sonidos del tráfico como para oir trinos de pájaros, campanas y niños jugando, cuando buscaba casa. Fueron mis oidos los que me dijeron que Alcalá era un buen sitio para vivir.

Entonces no me daba cuenta de otro regalo inmenso a añadir a la tripleta sonora, que era la presencia permanente de árboles, que también se hacen oir y murmullan al compás del viento.

Sin ser exhaustiva la relación, tenemos árboles en parques (el cuidado y multifuncional Parque O’Donnell, las riberas del Henares, sus paseos y pasarelas junto al río, los dos parques del Chorrillo (Reyes Magos y Camarmilla), el Arboreto Reyes Católicos, el fantástico campus de la Universidad y del Hospital Universitario, el Gran Parque de los Espartales, el Real jardín Botánico de Juan Carlos I), pequeños parques y jardines (el de los Jesuitas, el de frente a la Universidad Laboral, otros, el Jardín de las Palabras cerca de la Catedral, un delicioso jardín recogido en la misma Vía Complutense, otro, junto a la Ermita San Isidro, tras el Carrefour del centro, el Parque de Sementales, el Parque de Santa Ana, el de Tierno Galván, el de Juan Pablo II, etc.), plazas (como las del Palacio Arzobispal, la de Cervantes), calles arboladas por todas partes, empezando por el acceso de la ciudad en la calle de Madrid, el paseo de los pinos, multitud de rincones en todos los barrios, en el Val, incluso junto a las vías del tren… Cualquier enumeración se queda corta. Y me dejo muchos nombres.

Árboles resinosos, árboles frondosos, pinos, cedros, cipreses, abetos, platanos, castaños, prunos, magnolios, moreras, álamos. También palmeras, porque el clima lo permite. Con una asombrosa diversidad de especies y con colores en armonía, pintando todo el arco iris.

Los árboles, en Alcalá, nos acompañan en todas partes. Son vivienda de los pájaros, nos protejen del Sol, frenan el viento, perfuman el aire, son curativos. Aunque no piensan, conocen. Son testigos de toda la vida en la ciudad. No engañan, ni roban, ni matan, como hacen todos los animales para sobrevivir. Ellos, del aire, el agua y el sol fabrican azúcares, celulosa, almidones, lignina y esencias de toda clase, amén de flores y frutos de lo más variado, que nos regalan. Los árboles solo están ahí, recitando su sonido blanco relajante, irradiando sus colores que cubren todo el espectro. Acompañan.

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