Interactuar con las máquinas
El concepto de máquina está ligado principalmente a la transformación de la energía. Pero por extensión llamamos máquina a cualquier artefacto que nos resulta útil y que prolonga nuestra capacidad de actuación. Desde las herramientas sencillas a los aceleradores de partículas, todo son máquinas.
Se interactúa con las máquinas con su interfaz. Una herramienta sencilla como un cuchillo o como un martillo tiene mango. La fregona, más compleja, tiene un palo y un cubo con escurridor. Los antiguos teléfonos y las lavadoras típicamente tienen una rueda y botones.
Los ordenadores tienen teclas; antes tenían muchos cables. Mi mini-reproductor de música y las cámaras de fotos encierran un mini-ordenador con su pantallita y sus teclitas.
Los sofisticados smartphones que engloban un teléfono, un ordenador, una cámara un navegador GPS y otros varios instrumentos ya no tienen mango, ni rueda, ni teclas: tienen pantallas y dispositivos acústicos que sirven indistintamente para manejarlos y para controlar su funcionamiento.
Un coche es una máquina muy compleja. Sin embargo se maneja con una rueda, pedales y botones y se controla su buen funcionamiento con algunos indicadores visuales y acústicos.
Para la complejidad de su conjunto el coche dispone de una interfaz muy sencilla. Es más sofisticada la relación con un smartphone, donde la superficie de la pantalla se vuelve teclado o una imagen se puede ampliar con un gesto de los dedos. Se trata de un artefacto más evolucionado. Por supuesto, un acelerador de partículas tiene una interfaz mucho más compleja formada por un conjunto de sensores y ordenadores.
Las máquinas se vuelven más interactivas y adaptan su interfaz para aprender nuestros gestos y servirnos mejor. La complejidad de la interfaz es la que gobierna la personalidad de la máquina. Cuanto más sofisticada, más se parece a nuestra propia personalidad, basada en varios niveles, que determinan la actuación.
En el ejemplo del coche, aunque está conducido por una persona, su comportamiento recuerda al de un depredador, siendo sus pautas principales atacar o huir. ¿Acaso no os habéis fijado al cruzar un paso de peatones, si corréis un poco porque se termina el tiempo de luz verde, los coches rugen por ver quien arranca primero? (nunca hay que correr delante de una jauría de coches, como tampoco delante de una jauría de perros de presa).
Las películas de ciencia-ficción albergan a los diseñadores de nuestra futura interactuación con las máquinas: sin cables, sin teclas, con pantallas en las que se ve como piensa la máquina. Pantallas que surgen de la nada y que cuelgan del aire y a las que un gesto las hace reaccionar sin errores para servir al ser humano.
Si Don Quijote levantara la cabeza le parecería todo brujería.