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Los cuatro jinetes del Apocalipsis en versión ‘2 punto cero’

En el Nuevo Testamento de la Biblia hay un libro inquietante: el Apocalipsis o «Revelación». Un libro profético y también litúrgico. Como habla del final de los tiempos, representa simbólicamente algunas de las formas de los últimos cataclismos. Pero los tiempos están cambiando, como diría Dylan. Puede que haya que pensar también en algunos cambios en los jinetes.

Miré entonces y había un caballo verdoso; el que lo montaba se llamaba Muerte, y el Hades le seguía. Se les dio poder sobre la cuarta parte de la tierra, = para matar con la espada, con el hambre, con la peste y con las fieras de la tierra. = (Biblia de Jerusalen, Apocalipsis 6, 8).

Jinete I: la pandemia, la plaga

Los cuatro jinetes del Apocalipsis, según Wikipedia, representan alegóricamente la guerra, la pobreza, la enfermedad y la muerte. Lo que estamos viviendo en este momento, con esta plaga que conocemos como la pandemia del coronavirus, parece la que se atribuiría al caballo verdoso. El color, un poco asqueroso, le va. En un mundo globalizado en el que ha pasado a ser normal coger un avión y llegar al otro lado de la Tierra en menos de 24 horas, ¿de qué nos extrañamos que el virus viaje también en primera clase?

Fijaos, que un incidente como el del coronavirus es impactante porque no solo afecta a la salud de la gente, golpeando los sistemas sanitarios de los estados y colapsando sus unidades de cuidados intensivos, lo que produce más muertes que hubieran sido evitables en condiciones de un flujo menos turbulento de nuevos enfermos. Sobre todo muertes de personas de avanzada edad, dando por terminado, de repente y en bloque, el disfrute de su bien lograda pensión para la jubilación.

Plantea dilemas morales, como tener que decidir quién será el que ocupará la siguiente unidad de cuidados intensivos con el criterio de la edad o del pronóstico de curación: los viejos, si hay que elegir, se quedan fuera, para intentar salvar a los más jóvenes. Salvar al nieto, que ha podido ser el que ha infectado al abuelo.

Genera desconfianza y distanciamiento. La poca gente que va por la calle para hacer una compra necesaria, si se cruza con otros en la acera, se aparta convenientemente. El simple hecho de usar mascarilla, ‘careta’ para los amigos, ya está disfrazando a todo el mundo como extraños.

Este virus afecta brutalmente a la economía como si fuera una guerra, pues toda la capacidad de producir y distribuir riqueza y bienestar se detiene con los confinamientos. Y se originan millones y millones de parados (temporales o permanentes), que son potencialmente nuevos pobres. Pone en tensión a todo el tejido social, apurando la mala suerte de los que no tienen suerte. Como una funesta lotería inversa, cierra empresas y con ellas el ahorro y el esfuerzo de muchas vidas, sobre todo de los ya menos favorecidos.

Sin contar con la falta de libertad para algo tan esencial como el tránsito de personas y mercancías, base de tratados tan importantes como los de la Unión Europea. Y el poder omnímodo de los poderes públicos en todo el mundo, configurando un paisaje de una nueva Edad Media al estilo de Mad Max.

Tras la crisis es seguro que nada va a volver a ser igual. Lo que cualquier ser racional haría es desechar en el futuro esas vacaciones de turismo abrasivo, de masas, en ‘el quinto pino’, para plantearse volver a veranear cerca, con la familia o los seres queridos que cada uno tenga. Hacer turismo de proximidad. En España, aprovechar esa maravillosa red de hoteles y restaurantes que tenemos y de paso apuntalar el turismo, que es responsable de una sexta parte de nuestra renta nacional.

Nos podremos plantear si vale la pena tener tantas cosas, o más bien si simplificar nuestros deseos. Agradecer poder disfrutar de comer cada día  lo que compramos en el súper preferido. Mucha filosofía generará esta crisis. Esperemos que no se disipe cuando vuelva la abundancia y se recupere la libertad.

Pero sobre todo, esta plaga de ahora tendría que servir de vacuna y hacer que estemos preparados para otras, que vendrán. Seguro que vienen, en un mundo tan hiperconectado. Necesitamos dedicar tanto esfuerzo presupuestario a la salud de la gente como sea posible, incluyendo previsiones para eventos como este. Hacer buenos planes de continuidad con lo aprendido ahora.

Jinete II: la desconexión

Justo cuando ya no sabemos ser autosuficientes. Ahora que toda la humanidad está conectada, como si fuera un enorme hormiguero, por medios telemáticos. La plaga nos enseña el valor de estar conectados. Junto a las noticias de la radio, la TV, los periódicos, el Whatsapp, Twitter, Facebook, Instagram, Email, Skype, este blog, y otros muchos artilugios, están dando a los confinados una ventana de comunicación con sus congéneres.

Imaginad qué sería de nosotros ahora si de una forma fortuita o intencionada se nos limitase este recurso. No se puede imaginar. Demasiadas implicaciones. En un antiguo post, en el que hablaba de un final de película para nuestra civilización, ya hablaba de la desconexión como uno de los factores del cambio radical que nos puede llevar de cabeza a un neofeudalismo. No harán falta las cárceles en el futuro. Bastará con la desconexión. Y el desconectado será como un apestado.

No me extiendo en este apartado, pues todos vemos cómo la conexión permanente nos ha vuelto zombies y cómo aumentan las dolencias relacionadas con la dependencia de la red.

Jinete III: la insoportable levedad de ‘los datos’

Me tomo la libertad de llamar ‘datos‘ a todo tipo de registros, incluso los que consideramos ‘multimedia’ (películas, música, programas y juegos, etc.).

En la antigüedad las inscripciones importantes se hacían en piedra, en tablillas de barro, en papiro, en pergamino, en papel. En la escuela a los 8 años yo aprendí a escribir con pluma y palillero en papel (que es, seguro, de donde me viene la afición por las estilográficas). Gracias a esa obsesión por la permanencia, la Humanidad ha preservado gran parte de su legado escrito, y sabemos algo más del pasado, escrito en primera persona, por sus protagonistas.

Evolución de los datos

Pero en el transcurso de una sola vida, he visto como ‘los datos’ se guardaban en documentos escritos, papel fotográfico y en películas de celuloide; luego en tarjetas perforadas; cintas de cassette (aún las cintas magnéticas albergan copias de seguridad de sistemas informáticos); luego en disquetes ‘floppys’ (de varios formatos); diversas clases de reproductores de video (VHS, Beta, 2000); en discos ópticos (CD y DVD); después en discos duros de capacidad creciente; más tarde en pendrives; se perfeccionaron los discos ópticos y surgió el bluray; y finalmente se empezaron a emplear cada vez en más medida los discos de estado sólido. Todos estos cambios han hecho progresivamente más ligeros, más capaces y más potentes todos los artefactos que manejan ‘datos’. Muestran al mismo tiempo que cada vez los datos son más leves, pues dependen enormemente del soporte y el formato y sin energía eléctrica no tendríamos nada.

Esta carrera loca también ha afectado al dinero. Los ‘datos’ del dinero que poseemos cada uno, que han ido evolucionando en el tiempo.

El caso del dinero

¿Qué es el dinero? Antiguamente era una mercancía privilegiada y simbólica, oro, plata, aleaciones más o menos ‘nobles’ que facilitaban el comercio y la acumulación de riqueza y mejoraban la experiencia del trueque. Desde hace mucho tiempo, con la aparición del dinero fiduciario es un simple justificante. Originariamente el dinero fiduciario era un pagaré que emitía el deudor al acreedor de un préstamo. Los bancos, que recibían depósitos de sus impositores o clientes, emitían billetes al portador por el valor de lo prestado. Los billetes españoles tenían una leyenda que decía «El Banco de España pagará al portador…» De esa forma los bancos podían disponer de unos depósitos para hacer negocio a su vez, prestándolos a otros clientes, y permitían a los poseedores de los billetes, darlos a cambio de una mercancía o servicio, de forma que la deuda del banco pasaba de unas a otras manos. Así nació el dinero fiduciario, como una promesa de pago. Generaba el derecho de cobro de una deuda al portador.

Incluso siendo los billetes algo físico, en caso de bancarrota del Estado emisor no valen ‘nada’, o muy poco. Por eso es bueno que nuestro dinero se llame ‘euro’, pues es más difícil que quiebre toda Europa que una sola nación. Es también sabido que cuando la inflación es galopante, se pueden quitar ceros a los billetes y lo que representaba ‘1.000’ puede pasar a valer ‘1’.

Pero ahora ya ha llegado a ser un simple apunte contable, tan difícil de rastrear como el significado de cada línea de la nómina: incomprensible. Lo mismo que una enrevesada factura de teléfono o de la electricidad. Ni siquiera señalamos nuestra conformidad de pago en una compra pulsando una contraseña, cuando la cantidad pagada es pequeña, por ejemplo, menor de 20€. Se acerca la tarjeta a la terminal de pago y ¡ya está! Han hecho que nos desapeguemos de nuestro propio y limitado dinero. Todos nos comportamos como si fuéramos ricos, que no cuentan su dinero porque es tanto que no saben lo que tienen.

Pero no somos ricos. Y lo que es peor: no controlamos los medios que contabilizan mediante apuntes contables inmateriales cuánto dinero tenemos, cuál es nuestro derecho de disfrute de la riqueza. Todo se basa en la confianza del sistema. Si todo eso se cae por una causa ahora desconocida, será como cuando cayó el meteorito. Tampoco podía imaginar nadie que tendríamos la plaga del coronavirus y ahí está.

Jinete IV: los recursos

Los recursos son escasos. Pero no en el sentido de Malthus, Sino en el sentido de que muchos se están volviendo inaccesibles y lo serán aun más conforme pase el tiempo, debido a la contaminación. La humanidad tiene ahora una enorme capacidad de producir alimentos y objetos de consumo y disfrute como nunca antes tuvo. Pero la contaminación del aire por gases tóxicos; de la tierra, sus aguas y sus frutos por herbicidas, plaguicidas; de los animales de las granjas por la comida y medicamentos que no son los que ellos eligen, pues no están en su entorno natural; de las basuras en los vertederos; de los plásticos y porquerías de todo tipo en los mares; es un asunto escandaloso. Y el hecho de que las semillas hay que comprarlas cada año, pues no valen las de los frutos, mayormente las de los frutos sin pepitas, que son estériles, da también algo de ‘yuyu‘.

Sin contar con las guerras y armas, suficientes para acabar con la humanidad 100 veces, que consumen y destruyen enormes recursos, que si pudieran emplearse para el bien, harían más felices a sus ciudadanos. No necesitamos conflictos innecesarios (ya tenemos bastante con la plaga). Pero mientras existan terrorismo y agresiones de unas naciones contra otras, necesitaremos ejércitos para disuadirlos y defendernos. Recordemos que Lao Tse, en El Tao Te King, (cap 68), dice que «El buen militar no es belicoso». Entiendo que se refiere a que no hay que ser belicosos ni provocar el conflicto, pero hay que saber defenderse, pues da por supuesto que existe el «buen militar».

En cuanto al posible éxito de las ‘conquistas’, al estilo de la antigüedad o de la Edad Media, la reflexión es que los últimos siglos estamos tan estabulados y apegados al territorio (los humanos, si) que ninguna nación por poderosa que sea, ha podido invadir permanentemente otra. Ya se demostró en la época de Napoleón, pero se ha repetido, por citar unas pocas, en la primera y en la segunda guerra mundial, en la de Vietnam y todo lo que ha venido luego. Alguien debería decirles a los estrategas que la estrategia de dominio por las armas de un pueblo extranjero ya no funciona.

Por cierto que la Tierra borraría la huella de los humanos en un ‘pis pas’. Han bastado unas pocas semanas de confinamiento por el coronavirus para ver cómo la naturaleza se recupera espontáneamente. Animales salvajes visitan los pueblos y ciudades cuando antes no se atrevían. ¡A ver si la plaga de verdad es el propio ser humano!

Conclusión:

Hay más de un posible final, específico y trágico, para nuestra civilización y forma de vida. No solo es la plaga. Algunas de estas formas están incluidas en nuestros propios genes. Este tema me ha interesado desde siempre, como lo prueba el artículo de opinión que publiqué en su día (en 2014): Alarmismos del fin del mundo. Pero ahora está de rabiosa actualidad.

Nuestros sabios, filósofos, gurús, líderes religiosos, científicos, pensadores de todo tipo, políticos, tendrían que plantearse nuevos proyectos para la humanidad que nos pongan a salvo de los modernos Jinetes del Apocalipsis en versión 2 punto cero‘ y nos planteen como objetivo formas de vivir más sostenibles.

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