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Un nuevo paradigma social: tuneando el lema

Me pregunto para qué sirven los lemas si no son un programa (abreviado) de acción. En un mundo hiper-comunicado, en el que estamos por así decirlo estabulados, la libertad se concreta con la oportunidad de ejercerla, la igualdad y pertenencia al grupo se manifiesta en conseguir los méritos por nuestra aportación a la sociedad y la fraternidad deja paso a una solidaridad más amplia, basada en el respeto.

La sociedad heredera del ‘Nuevo Régimen’ resultado de la Revolución Francesa, en la que vivimos, se puede perfeccionar con la evolución del lema clásico, dándole una vuelta para mejorarlo y sacarle todo su potencial, que ha demostrado ser válido durante más de 2 siglos.

El mundo que alumbró la cruenta Revolución Francesa, la Ilustración y la Revolución Industrial, inicio de un despegue del comercio a gran escala, la explosión de las ciencias y todas las así llamadas conquistas sociales, vio sus primeros días hace poco más de dos siglos.

Desde entonces el mundo ha cambiado. Los siglos XIX y XX han traído otras cuantas más revoluciones, un par de horribles guerras mundiales y otras locales no menos cruentas, grandes movimientos de masas provocados por tiranías, y al final también el acceso popular a la comunicación y la cultura por Internet, así como un desarrollo científico y tecnológico sin precedentes conocidos, que ha puesto coto a las enfermedades, a la mortalidad infantil y a las hambrunas en la mayor parte del planeta.

Mientras tanto, los valores de la Ilustración han ido calando en la sociedades democráticas de todo el mundo. Con el tiempo transcurrido, aun siendo los principios humanistas válidos y legítimos, pueden perder parte de su significado para las generaciones actuales, de forma parecida a que ya no entendemos el mundo medieval, aunque lo tengamos delante. La Historia se vuelve anécdota en un mundo con exceso de datos. Pero aquellas convulsiones nos han llevado a este momento, que parece ahora relativamente tranquilo, como tranquilo es el ojo del huracán, porque no conocemos si en el futuro seguirá la aparente racha de estabilidad en la vivimos.

Si de lo que se trata es de lograr la mayor cohesión social y el desarrollo permanente de nuestra forma de vida, de nuestros conocimientos y de nuestra riqueza, es importante que los lemas derivados de los otrora ideales revolucionarios se actualicen y se amplíen a lo que ahora necesita nuestra sociedad, para que sigan teniendo efecto.

Hace unas semanas publiqué un post titulado Necesitamos construir catedrales. Naturalmente estaba hablando metafóricamente. El post trataba en último término de liderazgo. Nuestro mundo debe tener objetivos tangibles y asumibles apreciados por la gente, de forma que se sientan miembros orgullosos de lo que son y lo que hacen, que al final repercute en beneficio de ellos mismos. En nuestro mundo, inmerso en imágenes y publicidad, seguimos necesitando también un lema. Pensemos uno concreto y asumible con nuestra mentalidad de ahora mismo, partiendo del popular de la Ilustración. Por ejemplo, veamos como puede ser la evolución indicada por =>:

  • libertad (concepto algo ambiguo, que no indica para qué aplica) => más oportunidades (más opciones concretas para ejercer dicha libertad y prosperar en consecuencia),
  • igualdad (que es una cosa abstracta) => más mérito (algo que se traduce en ventajas concretas como resultado del altruismo, del esfuerzo y dedicación a la sociedad y refuerza nuestra pertenencia al grupo),
  • fraternidad (que es una condición entre iguales ‘en lucha’) => más respeto (del que se pueden beneficiar todos los ciudadanos que te encuentras en tu camino, en todas circunstancias, aunque piensen distinto).

Si lo analizamos, esta evolución está exenta de matices políticos al uso. En efecto: si aunque se diga que soy libre ni siquiera puedo moverme libremente aplicando las leyes en determinadas circunstancias, lo que yo necesito de verdad es tener oportunidades, opciones. La libertad es el núcleo de la inteligencia, por cuanto permite elegir-entre diferentes opciones. No quiero libertad sin opciones. De hecho si tengo opciones, éstas incorporan la libertad como componente. Sin alternativas estoy de hecho sin libertad.

La igualdad ‘exacta’ no existe en la realidad: nacemos hombre o mujer, elijamos lo que elijamos, la naturaleza nos ha dotado de un par de cromosomas en cada una de los trillones de células que nos componen, que son distintos entre una mujer y un hombre. Que ella puede gestar un nuevo ser y que él no puede es cosa no por sabida menos importante. Además cada uno de nosotros piensa distinto. Por otro lado, en la sociedad hay algunos que por voluntad propia (o, digámoslo de otra forma, sin tener voluntad de hacer otra cosa) y estando capacitados para aportar su parte, no se esfuerzan y viven con las ventajas que le proporciona la sociedad, a costa de los demás. En cambio otros han de trabajar sin cesar, hasta la extenuación, para poder sobrevivir. No pueden tener el mismo premio realidades y conductas tan dispares.

Cuando alguien aporta más a la sociedad, sea por medio de una conducta altruista, un mayor esfuerzo personal, una actuación extra de cualquier tipo, merece tener más que quien no participa en el esfuerzo general. La igualdad se ha de interpretar como igualdad de trato, igualdad de voto, igualdad de salario por el mismo trabajo, sin privilegios, sin diferencias entre sexos. Sentirse miembro del grupo igual que otros. Pero la forma de tratar con equidad a las personas según lo que aportan a los demás, es considerar su mérito, lo que recibe el grupo con su aportación por encima de sus obligaciones. Por eso el mérito lleva incluida la igualdad de pertenencia y la perfecciona en términos de justicia, porque la interpreta de hecho. Como ejemplo, incluso en una junta de propietarios, en la que todos tienen voto, quien no está al corriente de pago no puede participar en las decisiones colectivas hasta que se pone al día.

En cuanto a la fraternidad, es muy conveniente entre personas de la misma condición, luchando por un ideal. No se puede aplicar fraternidad entre un bebé que está desvalido hasta que crezca y se desarrolle y un adulto, porque son seres distintos en condición y capacidad. Pero el respeto es un valor que incluye la fraternidad y la perfecciona cuando se practica entre iguales, y además el respeto protege a los que no tienen forma de protegerse por si mismos. Respeto también hacia los ancianos y a los que tienen cualidades distintas, por todo lo que ya han dado los ancianos a los demás y por lo que aportan los que tienen distinta realidad. Respeto a las autoridades y a las creencias de los que no piensan como yo. El respeto, decía Nietzsche, es también la base del matrimonio. «Respeto recíproco llamo yo al matrimonio» (Así habló Zaratustra).

La cohesión entre los miembros de una sociedad, que es la base sobre la que construir una comunidad de intereses y apurar el máximo la realidad que consiste en que el todo es mayor que la suma de sus partes, se logra por la interacción mediante la que los miembros aportan la contribución de su trabajo y de su esfuerzo mejor posible, cada uno según su capacidad en beneficio de todos y, en compensación, esos mismos miembros reciben su ‘premio’ en forma de salario, buen nombre, prestigio y reconocimiento de los demás.

Una sociedad que aprecie y persevere en la terna de valores, libertad-igualdad-fraternidad añadiéndole oportunidad-mérito-respeto, sería mucho más justa, más estable, en paz, sin pérdidas de tiempo para lograr todos sus demás objetivos, incluidos los que se transmiten entre generaciones y crean un tejido social resistente a cualquier circunstancia. Y lo mejor de todo es que no hacen falta nuevas revoluciones ni guerras para aplicar el plan. Sólo se necesita líderes que muestren valores así y los transformen en realidades.

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