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Lecturas de agosto. El enjambre humano, por Mark W. Moffett

Las sociedades con un gran número de miembros, que pueden formar ‘naciones’ e incluso ‘imperios’, no se basan en la identificación de sus componentes individuales como conocidos por los demás, sino que son ‘sociedades anónimas’, en que sus miembros exhiben marcadores comunes que son propios de los miembros de la sociedad, según Moffett.

En el post anterior hablamos del posible futuro de la humanidad. En este trataremos de ver retrospectivamente cómo ha llegado hasta aquí desde la prehistoria, nuestra especie que forma sociedades como parte esencial de su conducta de grupo. Para ello vamos a analizar lo que nos cuenta el libro «El enjambre humano», lectura muy apta para hacer más amenas las largas jornadas de verano en que no tengamos compromisos sociales, del entomólogo Mark W. Moffett.

La mayoría de los mamíferos forman sociedades con un número reducido de miembros que parece estar correlacionado en proporción directa con la capacidad cerebral. Se conoce como el número de Dunbar. En el caso de los humanos y también en nuestros ‘primos’ los chimpancés, el número de relaciones que podemos mantener, de promedio, cada uno de nosotros de acuerdo a nuestra capacidad es del orden de 150 individuos. Los chimpancés forman sociedades con un número de miembros hasta ese orden, pero los humanos podemos crear grupos del tamaño de estados y llegar a imperios a escala planetaria, que superan de largo ese número.

El libro de Moffett

Otras especies capaces de reunir a enormes números de miembros en grandes extensiones semejantes a los estados humanos, son las hormigas y otros artrópodos sociales. ¿Qué tenemos los humanos en común con las hormigas, que difiere de lo que poseen especies evolutívamente tan próximas al ser humano como los chimpancés? El secreto está en el uso de marcadores de autentificación, que en las hormigas son ferormonas específicas de su sociedad y que difieren entre sociedades de hormigas de la misma especie, y en el ser humano abarcan un gran conjunto de distintivos, desde la lengua (incluido el acento y las expresiones ‘correctas’), el aspecto de nuestro cuerpo (peinados, pinturas, tatuajes, piercings), vestidos propios de cada estatus (tocados, adornos), e incluso nuestros gestos, la forma de movernos y de caminar. Estos distintivos deben coincidir con el patrón establecido como válido a modo de llave y cerradura y ser en conjunto consistentes, pues basta que uno no lo sea, para despertar sospechas. Todos ellos son objeto de lo que yo llamo la reproducción cultural y se aprenden, se practican y se comparan desde la infancia.

Por conocer en detalle las implicaciones de la introducción de este modelo y del uso de la ‘sociedad anónima’ como concepto (difiere aquí de las sociedades anónimas mercantiles), vale la pena comprar y leer el libro. Esta explicación tan simple sirve para señalar la causa y el origen de que podamos construir sociedades que superan los límites prácticos que nos da la naturaleza para identificar a ‘los nuestros’. Teniendo en cuenta que ser ‘de los nuestros’ o ‘de los otros’ trae consecuencias vitales, y puede costar la muerte en caso de ser del bando contrario, no es mal invento este de basar la prueba de los derechos de pertenencia a la sociedad en marcadores seguros, a modo de contraseñas o autentificadores equivalentes, propios de nuestras colonias creadas como especie invasora que somos, que nos permiten el acceso a todas las ventajas de ser miembros, empezando por la alimentación y la seguridad.

Un hormiguero

Con la comparación de fondo de la extensión de las colonias de hormigas y otros artrópodos sociales, formando sociedades millonarias que cubren enormes extensiones, el relato se hace ameno e instructivo a la vez. A veces espeluznante, cuando conocemos el destino que les espera a las pobres hormigas de una sociedad distinta encontradas por los soldados de la sociedad que ostenta el dominio del territorio, o de las disputas permanentes de los chimpancés con sus congéneres de otro grupo. Lo que nos lleva a apreciar la solución de las cuestiones de convivencia en nuestra civilización, en general mucho más matizada y pacífica que la de otras especies sociales, aunque no exenta de abuso o exhibición de dominio.

El uso de marcadores en sustitución del reconocimiento personal de la propia ‘tropa’ tuvo un origen en una fase del desarrollo posterior a la época en que los humanos nos agrupábamos en familias de cazadores-recolectores, en los que la identificación por señales externas al propio individuo no era necesaria, al conocerse y convivir todos los constituyentes del grupo. Desde estas sociedades igualitarias en la que no hacían falta distintivos, el inicio de la agricultura y la vida en asentamientos estables trajo consigo normas, rangos y escalas de valor, burocracia y manejo del poder, especialización del trabajo y crecimiento de los grupos humanos, y con ello el desarrollo de símbolos e identificadores.

En el texto, profusamente documentado y referenciado (una cuarta parte del libro son notas y bibliografía) se argumenta acerca de la forma en que se crearon las primeras sociedades, cómo se generalizó el uso de marcadores ligado al mecanismo por el que las sociedades primitivas fueron admitiendo nuevos constituyentes, empezando por la esclavitud, seguido por las conquistas, y posteriormente la emigración, el trato que recibían los distintos grupos de las sociedades por su procedencia o filiación, y cómo esos detalles fueron el germen para el futuro de las sociedades formadas, su estabilidad y su decadencia, hasta su terminación. Con el modelo propuesto, incluso se pueden hacer predicciones del final de nuestras propias sociedades a juzgar por las pautas de las anteriores en la Historia (pues todas las sociedades, como los seres vivos, se forman, crecen, prosperan, decaen y finalizan algún día).

El lomo de este ejemplar de buen tamaño

En conclusión, estamos ante un punto de vista innovador de ciencia comparada, que trata de forma muy sensata el origen de nuestros sentimientos de pertenencia, incluso hay una comparativa entre patriotismo y nacionalismo, tan útil para entender nuestras propias tensiones en las sociedades actuales. Creo que este libro bien documentado puede ser la base para otros muchos trabajos que utilicen su modelo ya probado como válido, para estudios sociológicos o antropológicos y pronósticos de lo que podemos esperar de nuestra sociedad.

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