¿Brihuega sin lavanda?
Todo el mundo va a Brihuega cuando sus campos de lavanda están en plena floración, que es maravilloso. Pero yo creo que hay que valorar esta pequeña ciudad por lo que es, además de por lo que hace crecer en sus tierras. Y vale la pena conocer sus monumentos y su gente, aunque no haya brotado aún la flor de la lavanda.
Dicho y hecho, el otro día, recién cambiada la hora a la de verano, me fuí a ver Brihuega un lunes, sin turistas de fin de semana y con los campos aún verdes por la llegada de la Primavera.
Lo primero llegar
Desde Madrid la mejor forma de llegar es subir por la autovía hasta Torija. Los paisajes alternan la vegetación ‘salvaje’ y los campos cultivados, ahora de color verde brillante, por la Primavera. Un pequeño parque es lo primero que se ve del pueblo, al lado de la muralla. La restauración de la histórica Real Fábrica de Paños en la parte alta de la ciudad está en marcha. Será reconvertida en un hotel de 5 estrellas con instalaciones tipo balneario, aprovechando la riqueza de las aguas del lugar y el ambiente de silencio que predomina. Se sumará a unas cuantas opciones de alojamiento y restaurantes que ya permiten disfrutar de la estancia de forma adecuada, si el viajero planea parar. En esta época da la sensación de que toda la localidad está haciendo preparativos para atender un turismo creciente, renovandolo todo. Hay grupos de albañiles y pintores en todas partes dejando todo listo, incluso en el cementerio y castillo, como veremos luego.
Hay lugares habilitados para aparcamiento nada más llegar, para ir acostumbrando a los visitantes a explorarlo todo caminando.







Entrando en la ciudad
La población está en la orilla derecha del río Tajuña, en cuesta, de forma que coge de lleno los rayos del sol, que vienen del otro lado del río. Llegar al ‘centro‘ es ir bajando las cuestas que forman las calles. Pero nada más cruzar la puerta norte de la muralla, nos llama la atención a la izquierda de la Avenida de la Constitución, una plaza, antesala de la iglesia de San Felipe, una construcción maravillosa.







Se trata de una iglesia con unas proporciones ideales, sin adornos en el exterior, con un campanario separado, en la esquina noreste, inaccesible desde la plaza, que según vemos en realidad forma parte de la muralla, seguramente un torreón reutilizado para uso de la iglesia. Tiene algo de especial la iglesia pues las columnas y los arcos son de estilo gótico pero no hay en el exterior los típicos contrafuertes de ese estilo. La puerta principal está en el muro oeste, el ábside en el este según es habitual, y hay una puerta en el muro sur que da acceso a la nave derecha, y como la principal es una superposición de arcos ojivales, sobresaliendo de los muros. Hay un gran rosetón de seis puntas en el centro de la fachada encima de la puerta principal y otros más pequeños a su izquierda y derecha, que corresponden a las naves laterales.
La planta es en basílica, esto es rectangular, sin crucero, con tres naves paralelas, de la que la del centro es más alta, con cubierta de madera, elevada por las dos hileras de 4 columnas que están dispuestas de tal forma que son los propios muros laterales los que soportan el empuje del techo hacia los lados, como harían los contrafuertes que suelen estar al exterior de las catedrales góticas, que aquí no existen. Una magnífica solución sencilla y efectiva que da la misma sensación de paz de las iglesias románicas por su sencillez, tamaño, y proporciones, pero ya tiene las alturas que hacen que la vista se eleve en su interior, como en las catedrales góticas. De hecho se considera que el estilo en general de esta obra es de transición del románico al gótico.
Me he extendido bastante en describir esta iglesia porque es lo que más me ha gustado de la ciudad. Pero no es la única iglesia. De hecho le dan a la ciudad otra de sus características de un lugar habitado de antiguo, no como el aspecto que tienen muchas localidades en las que lo que predomina son las urbanizaciones de pareados sin historia ni gracia. Pero es interesante encontrar también fuentes en distinos lugares. La muralla se percibe también siempre alrededor. Del mismo tipo de piedra está constuida la plaza de toros y el museo de miniaturas, que están en la parte baja. Mirando hacia arriba se aprecia la escasa extensión de la ciudad y algunas gruas-pluma de las obras.







El castillo y su entorno
Hay una gran explanada en la parte sur de la ciudad que conecta el castillo, el Museo de Miniaturas, la plaza de toros y tiene un estupendo mirador sobre el Río Tajuña. Lo más característico de ese lugar es el cementerio. Se pasa por el cementerio para llegar a las salas nobles del castillo, y se vuelve a ver otro cementerio en su patio interior. Antes de entrar y ascender por la cuesta que nos adentra en el recinto del castillo, nos recibe a la derecha otra iglesia en la explanada del exterior, la Iglesia de Santa María de la Peña. Vale la pena llegar arriba por lo cuidado del cementerio, por los paisajes y por el edificio, mas palacio que fortaleza.







Los campos y el espíritu
El paisaje destaca por su carácter rural. Justo lo que necesitamos si estamos viviendo en una ciudad soportando intenso tráfico y teniendo que usar el tren o el metro para desplazarnos. Aquí hay que caminar, subir y bajas las cuestas. Se hace ejercicio de forma natural sin remedio.
Y no os he hablado aún de las cuevas árabes, a modo de ‘catacumbas’, de Brihuega. Pasadizos que hay en el subsuelo que han servido de refugio y escape en épocas pasadas. Pero ya lo veremos más adelante. Lo dejamos para la próxima visita.
En el momento adecuado, a mitad de julio, será la oportunidad de disfrutar de los campos de lavanda. Pero de momento, bien vale la pena el aire fresco, la naturaleza tal cual y el sol. No se echa en falta volver a casa.
Pero si lo que buscamos son respuestas y las que tenemos cerca habitualmente no nos llenan, en las proximidades podemos encontrar un convento para monjas del Cister (ahora cerrado en 2021) y otro convento budista, de forma que este lugar inspira a elegir el tipo de espiritualidad que nos llame.







Conclusión
La lavanda está muy bien, pero Brihuega es un valor seguro todo el año. Se puede pasar el día, ir a comer saliendo de la gran ciudad a otro mundo rural, se puede pasar unos días, relajados y agradables o se puede quedar uno una larga temporada desintoxicándose de la vida excesiva que vivimos en las zonas superpobladas y estresantes.